La expresión blockchain o cadena de bloques se multiplica en noticias, informes sobre innovación económica y páginas web sobre estrategias empresariales de futuro. En los últimos días, Caixabank anunciaba que había completado las dos primeras operaciones de comercio exterior realizadas mediante esta nueva tecnología -una compra de vehículos para una compañía y la adquisición de la materia prima para fabricar muebles de otra empresa- y, en febrero, Gas Natural Fenosa y Endesa se convirtieron en las primeras compañías de la península Ibérica en realizar una operación de compraventa de gas a través de blockchain.

Los gigantes financieros internacionales -JP Morgan- están dando sus primeros pasos en la utilización de este nuevo maná, mientras multinacionales como Maersk, Hyundai o Walmart se apresuran a desarrollar sus propias cadenas de bloques. También se empiezan a poner en marcha proyectos para usarla en cooperación internacional -Unicef y el Programa Mundial de Alimentos- o como base de nuevas instituciones educativas, como la Woolf University, fundada por investigadores de Oxford.

Sin embargo, ese enorme potencial percibido por empresas e instituciones presenta también muchas aristas, que sólo pueden tratar de barruntarse si se comprende el origen y desarrollo que ha tenido esta tecnología.

El bitcoin, el origen de todo

La cadena de bloques o blockchain nació en 2008 con el bitcoin, la primera criptomoneda. Esa cadena es la forma de registrar las transacciones realizadas en la red del bitcoin, pero al mismo tiempo, es el motor que soporta la generación de la propia moneda.

La esencia de cada cadena de bloques es una especie de vale digital denominado genéricamente token –en el caso del blockchain del bitcoin, el token es el bitcoin-, que representa un valor y que puede ser transmitido por medios electrónicos de par a par (peer-to-peer, P2P) de forma segura, única e irrevocable.

Cualquiera puede entrar a formar parte de esa red, ya que es pública y se basa en un código abierto, sin propietarios ni controladores. También se puede operar y salir de ella sin dar cuentas a nadie. Son redes transnacionales, sin fronteras, por lo que son muy complicadas de regular por las autoridades.

Un registro inmutable

Las operaciones realizadas con esos tokens quedan registradas en la blockchain con una especie de recibo alfanumérico único llamado hash. Para obtener ese recibo o identificador y convertirlo en un eslabón de la cadena, hay que resolver un puzzle criptográfico, para lo cual se abre una competición entre los usuarios de la red interesados, los denominados mineros.

El ganador de esa carrera obtiene una recompensa en tokens. Su solución debe ser confirmada mediante un proceso automático que, en cada ordenador conectado, contrasta esa solución con las reglas matemáticas del sistema. Cuando se verifica en toda la red, la operación pasa a formar parte de la cadena.

Una vez enganchado a la blockchain, ese registro ya no puede modificarse en nada porque la cadena está distribuida por miles de ordenadores y habría que cambiar cada una de esas copias para que el sistema no registrase discrepancias y rechazase la alteración.

Este sistema de verificación y funcionamiento –conocido como algoritmo de consenso- se ha bautizado como prueba de trabajo o proof of work. Es muy seguro, pero también consume mucha energía, ya que el puzzle que se resuelve en cada transacción se va complicando con el aumento de mineros participantes –atraídos por el premio, más valioso cuanto más valor tiene el token-, lo que exige cada vez mayor potencia en las máquinas y, así, mayor consumo de energía.

Riesgos en la entrada y salida con el mundo analógico

A partir de ese diseño original, se han producido desarrollos posteriores de la blockchain que abren muchas más posibilidades de utilización, no sólo como registro de transacciones con medios de pago, sino como registro de cualquier cosa: datos, documentos, certificados, identidades…

Siempre que a un bien o un activo, sea cual sea, se le pueda asignar un identificador digital único (similar a un código de barras), entonces se puede incluir en un bloque de la cadena. Esa blockchain prueba con toda seguridad que un ítem o pieza de información registrada –datos, documentos, transacciones, certificados o identidades- existe de una manera concreta en un momento determinado.

La estructura puede utilizarse también para registrar contratos inteligentes o smart contracts, que ejecutan acciones de forma automática, una vez se cumplen las condiciones fijadas en el contrato escrito en lenguaje informático.

Sin embargo, es importante destacar que la cadena de bloques garantiza la seguridad del registro en sí mismo, pero no la veracidad de los datos, bienes, activos o documentos registrados, algo que debe evaluarse por otros medios.

Como subrayan los analistas, la blockchain es totalmente fiable en un entorno digital, pero en el momento que tiene puerta de entrada y salida con el mundo analógico, en esos puntos la seguridad desaparece y se pueden presentar los mismos problemas de fraude, engaño y corrupción que en otros sistemas.

Algoritmos criptográficos para sustituir a la mediación humana

La creación de la tecnología blockchain buscaba demostrar que bancos centrales y gobiernos son innecesarios para asegurar la fiabilidad, seguridad y verificabilidad de intercambios monetarios.

Los abogados y notarios garantizan los contratos, los Estados garantizan el Estado de Derecho y los bancos centrales garantizan las monedas. Esas instituciones deben encargarse de establecer confianza entre individuos, grupos, empresas y sociedades, pero los creadores de la cadena de bloques consideran que no lo han conseguido.

Por eso, los defensores de esa tecnología creen que los algoritmos criptográficos podrían reemplazar esa mediación humana y generar confianza donde no la hay, dar poder a los ciudadanos y superar a las autoridades centrales. Las leyes, opinan, podrían reemplazarse con contratos inteligentes escritos en código informático.

Por ese motivo, el sistema de la cadena de bloques es adecuado para funcionar en situaciones con un control central débil o inexistente, o cuando los usuarios no se fían unos de otros.

Un sistema transparente… cuando es público

De esta forma, aunque las criptmonedas se ven como algo oscuro y muchos las vinculan a actividades ilegales, sus partidarios también subrayan la otra cara de la moneda: todas las transacciones quedan registradas, por lo que si diseñas el sistema para que sea trazable, puedes ver dónde ha ido el dinero, es transparente y todo el mundo puede verificarlo.

La comunidad de investigadores, desarrolladores, programadores y analistas informáticos que están desarrollando esta tecnología es única, nunca antes se había conjugado tanto talento de estos campos.

Las cadenas de blockchain no se crean todas igual. La investigación ha demostrado que hay muchas formas de diseñarlas, gestionarlas y operar en red y que esas decisiones de diseño afectarán al consumo de energía, uno de los grandes problemas de esta tecnología.

En la actualidad, además, se han empezado a poner en marcha las llamadas blockchain privadas, diseñadas ad hoc por organizaciones y empresas.

Este tipo de cadenas pierden una de las principales características del sistema original: la red pública y abierta. Por eso, muchos especialistas consideran que funcionan únicamente como una inmensa base de datos, sin la transparencia y libertad de acceso que garantizan las blockchain públicas.